La búsqueda del acuerdo perfecto, en dualidad, tensión o armonía.
Paul aparece esa mañana en la terraza de un café de París, mientras la ciudad despierta a una nueva vida. Lleva una chaqueta de cuero, su fragancia es una sutil mezcla de vetiver y azahar y, con sus modales de caballero a la antigua, recuerda a Antoine de Saint Exupéry, Joseph Kessel y Romain Gary. Es un pensamiento fugaz pero, paradójicamente, persistente.
Procede de una larga estirpe de perfumistas, los Guerlain, que se han convertido en un nombre muy conocido. No sólo en Francia, sino en todo el mundo, su nombre es sinónimo de la cima absoluta de la perfumería francesa. Para él nunca ha sido una carga ni un alivio, es simplemente su historia, sus recuerdos, quién es como persona. Me habla de su primer viaje con su abuelo. Tenía 5 años cuando viajaron juntos a Mayotte para visitar las plantaciones de vainilla, clavo y lima kaffir. Se paseaba por la casa, oliendo las destilaciones en curso.
Paul trató de escapar de su destino durante un tiempo, jugando con la idea de convertirse en abogado. No podía estarse quieto en clase, su mente siempre estaba en otra parte. Cuando cumplió 15 años, una década después de oler el ylang ylang por primera vez, fue a ver a su abuelo a su estudio y le pidió las llaves de una pequeña habitación de su casa. "En casa de mi abuelo había un pequeño laboratorio de una sola habitación. Le pedí las llaves del laboratorio y recuerdo que me las dio de buena gana. Nunca entraba en él, era un lugar bastante absurdo, al lado de la vieja caldera de gasóleo y todo olía a gasóleo de calefacción. No era precisamente el mejor sitio para oler, pero para mí era totalmente nuevo, me encerré en el laboratorio. En cuanto tuve las llaves en mis manos, pasé horas y días en aquel pequeño laboratorio. Esas llaves me abrieron todo un mundo nuevo y me dieron acceso a muchas materias primas. Estaba solo con todos esos materiales, una vasta extensión abierta de posibilidades. Era un descubrimiento constante. Ni siquiera sabía lo que significaban los nombres de las etiquetas, no entendía nada, aparte de las materias primas naturales como la rosa y el jazmín, que eran fáciles, e incluso entonces, pero cuando se trataba de las materias primas sintéticas, no tenía ni idea, simplemente las olía y las experimentaba. Era como si alguien hubiera encendido una luz. Estar en ese laboratorio era eterno, como un capullo, sólo tenía que cerrar la puerta".