Prefiere la evocación al choque, la transparencia a la sobrecarga, la gracia al alboroto.
Algunas mujeres esculpen el mundo con palabras, otras con colores. Françoise Caron, en cambio, lo modela con olores.
Nacida en una Francia todavía envuelta en los humos del pasado, aprendió muy pronto a respirar de otra manera, a oler, en realidad, como otros aprenden a ver.
Nacida en una familia donde el perfume era más que una profesión, casi una herencia -su hermano Jean-Claude Ellena también se convertiría en un gran nariz-, encontró su propio lenguaje en las materias primas.
Su vocación no nació en los laboratorios, sino en la naturaleza: en el olor de una naranja pelada, de un jardín tras la lluvia, del tejido aún caliente de un cuerpo amado.
Formada en la prestigiosa escuela de perfumería Roure, supo muy pronto que su fragancia sería de frescura, claridad y emoción desnuda.
En 1979, compuso Eau d'Orange Verte para Hermès, una luminosa obra maestra que se convertiría en culto y en su firma.
Cada una de sus creaciones nace de un recuerdo o de una explosión sensorial, como un haiku olfativo.
Su arte no es poder, sino evidencia.
Trabaja para las grandes marcas: Mugler, Diptyque, Comme des Garçons, pero conserva la humildad de un artesano en sintonía con la materia.
En Takasago, donde permaneció mucho tiempo, crea por instinto, dejando que los contrastes hablen por sí solos: el verdor ácido, el calor de las especias, la ternura amaderada.
Françoise Caron no compone perfumes: cuenta historias.
Prefiere la evocación al choque, la transparencia a la sobrecarga, la gracia al alboroto.
Le encantan los cítricos, la sencillez y la pureza.
Sus perfumes dicen mucho.