Domitille Michalon-Bertier

La mejor manera de entender Domitille es a través del juego. Hay que disfrutar revelando un poco de uno mismo, y luego esconderse, o al revés, según el estado de ánimo. Hay que chispear con la picardía y deslumbrar con la cultura para, un segundo después, sumergirse en las profundidades de su obra. Hay que amar navegar entre las palabras, mirar más allá de lo inmediatamente obvio, reevaluarlo todo, expresar un sentido de curiosidad, hacer preguntas, preguntas interminables, intentar llegar a la esencia última de una idea.
Antes de saber que existía la perfumería profesional, Domitille quería ser arquitecta, crear edificios para otras personas manteniendo una especie de distancia. Cuando oyó hablar por primera vez de Isipca, todo encajó: "Cuando descubrí que la perfumería era una profesión de verdad, no lo dudé. Siempre me he expresado con referencias a los olores y en términos olfativos. Cuando era pequeña, decía que quería ir a un sitio porque olía bien".
Cuando conoció a Isabelle Doyen, su profesora en Isipca, fue un sueño hecho realidad: "Sus clases consistían en descubrir los olores. Teníamos un papel secante y no podíamos hablar. Así que teníamos que escribirlo todo, nuestras impresiones, sensaciones, recuerdos, imaginaciones todo en cada aroma, y todo lo que había detrás. El ejercicio fue una oda a la libertad, sin sugerencias sensoriales emanadas del lenguaje, puramente del aroma y la nariz. Un mundo estrechamente enfocado que encendía todos los sentidos. Y sólo entonces, las palabras. Las palabras que ha amado toda su vida: "Siempre he estado rodeada de libros, incluso había una editorial Michalon, la pasión por los libros es una especie de herencia familiar, literalmente me estreso cuando no tengo un libro o dos o tres en mi pila de lectura, leo mucho, no tengo televisión en casa".