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Bruno Jovanovic

Oda al pachulí, su ingrediente favorito: "Si la magia tuviera olor, sería el suyo".

Bruno Jovanovic nació y creció en París. Sin embargo, concilia perfectamente su educación francesa con el espíritu eslavo de sus padres, exiliados de la antigua Yugoslavia. Es decir, una gran apertura de espíritu se manifiesta como una constante en su vida. A los doce años leía la obra maestra de Marcel Proust, al tiempo que devoraba los cómics publicados por Marvel y DC. "Los primeros me sumergían en un romanticismo impresionista, mientras que los segundos me transportaban al mundo imaginario de los superhéroes". Una cosa es cierta, desde muy pequeño estaba al tanto de todos los olores, y fascinado por el tocador de su madre, en el que había Shalimar, Calèche y Cabochard. Así pues, se decidió que seguiría una formación en ISPICA, en la clase que llevaba el nombre de Firmenich.
A continuación, empezó a trabajar en el control de calidad de un proveedor alemán en Munich, un periodo que considera muy formativo para su comprensión de los ingredientes. Dos años más tarde, se fue a hacer carrera a Nueva York, la ciudad de sus superhéroes. Allí trabajó con mentores tan conocidos como Sophia Grojsman y Carlos Benaïm, antes de diseñar numerosos éxitos mundiales a lo largo de veinte años. Algunos ejemplos son Fierce, de Abercrombie & Fitch, en 2004, o, más recientemente, My Way, de Armani (con Carlos Benaïm). Hombre modesto, Bruno considera el trabajo en equipo como una experiencia humana enriquecedora: "Con estrellas como las que he conocido, es incluso un privilegio", reconoce. Lo que no le impide diseñar perfumes en solitario, como Monsieur para Frédéric Malle. Es una oda al pachulí, su ingrediente favorito: "Si la magia tuviera un olor, sería éste. Me fascina la dicotomía entre su resplandor y sus oscuros efectos terrosos, su tensión entre lo cálido y lo frío".
En cuanto a las fuentes de su inspiración, cita a Emmanuel Kant: "La belleza es universal y sin concepto". Con un eclecticismo alegremente reconocido, Bruno encuentra tanto placer en las exposiciones de arte y la mitología como en la filosofía de Schopenhauer o en las cosas cotidianas. Así, imaginarse en la piel de un joven de veinte años puede ser un punto de partida, al igual que el recuerdo de un viaje a Asia o el arte de la Rusia de preguerra. Recurre indistintamente a todas sus pasiones para formular fragancias que penetran en el corazón de las cosas, y que son a la vez sencillas y sutiles.

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