Su pluma olfativa crea fragancias que susurran más que gritan.
Aimé Guerlain, nacido en 1834, fue el primer gran arquitecto de sueños de Guerlain, el hombre que transformó la perfumería en un arte narrativo, un viaje interior. Hijo de Pierre-François-Pascal Guerlain, fundador de la casa del mismo nombre, Aimé conoció desde niño los misterios de las esencias y las virtudes de las materias procedentes de los rincones más recónditos del mundo. Pero lejos de ser un heredero diligente, fue sobre todo un creador inspirado, guiado por una sutil visión de la belleza y el refinamiento.
Tanto químico como poeta, comprendió que las fragancias podían ser algo más que composiciones agradables: podían evocar lo invisible, traducir emociones y cristalizar recuerdos. En 1889 creó Jicky, una obra maestra revolucionaria y la primera fragancia moderna que combinaba ingredientes naturales y moléculas sintéticas. Provocador, atrevido y adelantado a su tiempo, Jicky sigue siendo un enigma de sensualidad y frescura, el emblema de una ruptura poética.
Aimé Guerlain era un hombre silencioso y profundo, que prefería el laboratorio a la luz de los salones. En cada creación, buscaba un raro equilibrio, una armonía secreta, casi mística. Amaba Oriente, la dulzura ambarina de los recuerdos antiguos, pero también sabía captar la ligereza de una mañana de verano.
Bajo su pluma olfativa nacen fragancias que susurran más que gritan, que seducen sin imponerse jamás. Transmitió sus conocimientos a su sobrino, Jacques, a quien legó no sólo una casa, sino una filosofía, una exigencia y un compromiso con lo intemporal. Cuando murió en 1910, dejó tras de sí un mundo de fragancias y un aura que aún flota en los amortiguados corredores del tiempo. Aimé Guerlain fue el primer soplo de aire fresco, el hombre que dio al perfume su voz aterciopelada.